domingo, 31 de mayo de 2015

LA IDEA DEL TIEMPO

LA IDEA DEL TIEMPO
Por: Maurice Nicoll

¿Cómo se puede entender la idea del tiempo?

Antes de poder llegar a la idea del tiempo, que es el tema principal de este libro, y que puede enten­derse únicamente apartándonos de las apariencias y pensando acerca del 'mundo invisible' desde el ángulo de las dimensiones, es preciso que hagamos algún esfuerzo a fin de captar nuestra propia invisibilidad.

Pues creo que no podremos entender nada acerca del mundo 'invisible' si antes no captamos nuestra propia invisibilidad.

Esto exige cierta clase de esfuerzo, un esfuerzo similar al que se re­quiere para darse cuenta, en algún grado, de la invisibilidad esencial y de la incognoscibilidad de otra persona.

En este sentido creo que jamás podremos darnos cuenta de la existencia de otra persona de un modo real y efectivo, a menos que, ante todo, nos demos cuenta de nuestra propia existencia.

Darse cuenta de la propia existencia, como una experiencia real, es darse cuenta de la propia invisibilidad esencial.

El sentido que ordinariamente tenemos de nuestra propia existen­cia deriva de las cosas externas.

Tratamos de presionar sobre el mundo visible, procuramos sentirnos a nosotros mismos en lo que yace fuera de nosotros: en el dinero, en las posesiones, en las ropas, en la situa­ción.

En una palabra, tratamos de salir fuera de nosotros.

Sentimos que aquello de que carecemos se encuentra fuera de nosotros, en el mundo que nos muestran los órganos de los sentidos.

Y es solamente natural que así sea, por cuanto el mundo de los sentidos es tan obvio.

Pensamos en términos; de este mundo, por así decirlo, y pensamos hacia el.

Nos pa­rece que la solución de nuestras dificultades yace en el mundo exterior, en la adquisición o en el logro de algo, en recibir honores, etc.

Lo que es más, ni siquiera accedemos fácilmente a apoyar una insinuación acerca de nuestra invisibilidad.

Ni reflexionamos que a la vez de que estamos relacionados a un mundo obvio y a través de los sentidos, podemos, tam­bién, estar relacionados a otro mundo no tan obvio a través de la 'comprensión'.

Y este mundo es tan complejo y tan diverso como el que nos presentan los sentidos.

Y también tiene muchos lugares deseables e indeseables.

Nuestros cuerpos se yerguen en el mundo visible.

Están ubicados en el espacio de tres dimensiones, en el espacio accesible a los sentidos de la vista y el tacto.

En si mismos nuestros cuerpos son tridimensionales; tienen largo, alto y grosor.

Son 'sólidos' en el espacio.

Pero nos­otros, en nosotros mismos, no estamos en este mundo de tres dimen­siones.

Por ejemplo, nuestros pensamientos no son sólidos tri-dimensionales.

Un pensamiento no se encuentra ni a la derecha ni a la izquierda de otro pensamiento.

¿Y no son acaso muy reales para nosotros?

Si decimos que la realidad que existe en el mundo tridimensional, en el mundo exterior, es la única realidad, entonces preciso es que nuestros pensa­mientos y sentimientos, que están en nuestro mundo interior, sean irreales.

Nuestra vida interior, o sea nosotros mismos, no tiene ubicación al­guna en el espacio perceptible por medio de los sentidos.

Pero aun cuan­do el pensamiento, el sentimiento y la imaginación no ocupan lugar al­guno en el espacio, podemos pensar acerca de ellos como si tuviesen un lugar en alguna otra clase de espacio.

Un pensamiento sigue a otro en el tiempo que pasa.

Un sentimiento dura cierto tiempo y luego desapa­rece.

Si pensáramos acerca del tiempo como de una cuarta dimensión, o como una dimensión superior del espacio, nuestra vida interior nos parecería entonces relacionada a este espacio 'superior' o mundo con un mayor número de dimensiones que las accesibles a nuestros sentidos.

Si concebimos un mundo de dimensiones superiores, podemos también considerar que no vivimos propiamente en el de sólo tres que tocamos y vemos, y en el que conocemos a otras personas, sino que tenemos un contacto más íntimo con una forma de existencia más dimensional y que comienza con el tiempo.

Pero antes de abordar el tema de las dimensiones, consideremos el mundo de las apariencias, o sea aquél que nos muestran los sentidos.

Hagamos algunas reflexiones acerca de dos maneras de pensar, una que parte del aspecto visible de las cosas, y otra que parte del aspecto 'invi­sible'.

Todo cuanto vemos cae sobre la retina del ojo, al revés, como en una cámara fotográfica.

Nuestra imagen del mundo, refractada, a través del lente del ojo, cae sobre la superficie de la retina donde la recibe un gran número de terminales nerviosos o puntos sensibles.

El cuadro es bi-dimensional, como los que vemos en el telón del cine, al revés, y se distribuye sobre muchos y separados puntos de registro.

Sin embar­go, para nosotros, este cuadro queda transformado en aquel suave y sólido mundo que vemos.

Viendo cuadros he imaginado sólidos.

Del es­pacio de dos dimensiones, según lo llamamos, he producido espacio de tres dimensiones'. (W. K. Clifford: Conferencias y Ensayos. Conf: 'Filo­sofía de las Ciencias Puras').

El mundo exterior nos parece algo allegado a nosotros, pero no como si estuviésemos en contacto con el, sino como si estuviéramos en el.

No advertimos que estamos en contacto con el mundo exterior por medio de los órganos de nuestros sentidos ubicados sobre toda la superficie de la carne.

No tenemos la impresión de estar mirando hacia el mundo a través de aquella maquinaria viva que son los nervios de nuestros ojos.

Nos pa­rece que el mundo está ahí, y que nosotros estamos en medio de el.

Tampoco nos parece que el mundo es una cantidad de impresiones separadas que nos llegan a través de los diversos sentidos y que se combinan, en un com­puesto total, por la acción de la mente.

Sin embargo, bien sabemos que si no tuviésemos ojos ni oídos, no podríamos ver ni oír nada.

Ejemplo, una rosa:

Las sen­saciones simultáneas que penetran a través de los diferentes sentidos, una vez combinadas en la mente, nos dan la apariencia y las cualidades de una rosa.

Y todas estas impresiones separadas son las que efectivamente crean la rosa —para nosotros.

Pero es prácticamente imposible darse cuenta del asunto en esta forma.

Para nosotros, la rosa sencillamente, está ahí.

Cuando nos detenemos a considerar que la imagen del mundo que cae sobre la retina es bidimensional, y que tal imagen del mundo bibimensional es la fuente del contacto con la escena exterior, no nos es difícil comprender que Kant llegase a la conclusión de que el mundo físico lo crea la mente, y que establezca las leyes de la naturaleza debido a ciertas disposiciones que le son in­natas y que ordenan el influjo de las impresiones externas, creando un sistema organizado.

Los sentidos únicamente nos proporcionan men­sajes.

Con los sentidos creamos el mundo visible, audible y tangible, mediante alguna acción interna de la mente, mediante algo que, en si, es algo más que los mensajes.

DESPRENDERNOS………

Pero es sumamente difícil persuadirse de que esto sea así, pues, para poder hacerlo, tendríamos que DESPRENDERNOS de la abrumadora impresión inmediata de una realidad externa en la que estamos invariablemente sumidos.

Este esfuerzo es de la misma natura­leza peculiar que aquél que se precisa para darse cuenta de la propia invisibilidad de los demás.

Estamos sumidos en apariencias.

Este es uno de los significados tras la idea de Maya del pensamiento filosófico de la India.

No estamos separados de lo externo porque lo damos como hecho real.

Estamos en­tremezclados con el a través de los sentidos, y sobre este hecho se mol­dea nuestro pensamiento, o sea sobre los sentidos.
                                   
Y aquí tenemos dos ideas: la primera es que en nuestras formas de pensamiento vamos en pos de aquello que los sentidos nos muestran acerca del mundo; la se­gunda, que tomamos lo externo como una realidad en sí misma y no como algo que tiene una conexión con la naturaleza de nuestros sentidos.

Maurice Nicoll



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