LA
IDEA DEL TIEMPO
Por:
Maurice Nicoll
¿Cómo
se puede entender la idea del tiempo?
Antes
de poder llegar a la idea del tiempo,
que es el tema principal de este libro, y que puede entenderse únicamente apartándonos
de las apariencias y pensando acerca del 'mundo invisible' desde el ángulo de
las dimensiones, es preciso que hagamos algún esfuerzo a fin de captar nuestra
propia invisibilidad.
Pues
creo que no podremos entender nada acerca del mundo 'invisible' si antes no
captamos nuestra propia invisibilidad.
Esto
exige cierta clase de esfuerzo, un esfuerzo similar al que se requiere para
darse cuenta, en algún grado, de la invisibilidad esencial y de la
incognoscibilidad de otra persona.
En
este sentido creo que jamás podremos darnos cuenta de la existencia de otra
persona de un modo real y efectivo, a menos que, ante todo, nos demos cuenta de
nuestra propia existencia.
Darse
cuenta de la propia existencia, como una experiencia real, es darse cuenta de
la propia invisibilidad esencial.
El
sentido que ordinariamente tenemos de nuestra propia existencia deriva de las
cosas externas.
Tratamos
de presionar sobre el mundo visible, procuramos sentirnos a nosotros mismos en
lo que yace fuera de nosotros: en el dinero, en las posesiones, en las ropas,
en la situación.
En
una palabra, tratamos de salir fuera de nosotros.
Sentimos
que aquello de que carecemos se encuentra fuera de nosotros, en el mundo que
nos muestran los órganos de los sentidos.
Y
es solamente natural que así sea, por cuanto el mundo de los sentidos es tan
obvio.
Pensamos
en términos; de este mundo, por así decirlo, y pensamos hacia el.
Nos
parece que la solución de nuestras dificultades yace en el mundo exterior, en
la adquisición o en el logro de algo, en recibir honores, etc.
Lo
que es más, ni siquiera accedemos fácilmente a apoyar una insinuación acerca de
nuestra invisibilidad.
Ni
reflexionamos que a la vez de que estamos relacionados a un mundo obvio y a
través de los sentidos, podemos, también, estar relacionados a otro mundo no
tan obvio a través de la 'comprensión'.
Y
este mundo es tan complejo y tan diverso como el que nos presentan los
sentidos.
Y
también tiene muchos lugares deseables e indeseables.
Nuestros
cuerpos se yerguen en el mundo visible.
Están
ubicados en el espacio de tres
dimensiones, en el espacio accesible a los sentidos de la vista y el
tacto.
En
si mismos nuestros cuerpos son tridimensionales; tienen largo, alto y grosor.
Son
'sólidos' en el espacio.
Pero nosotros, en nosotros mismos, no estamos en
este mundo de tres dimensiones.
Por
ejemplo, nuestros pensamientos no son sólidos tri-dimensionales.
Un
pensamiento no se encuentra ni a la derecha
ni a la izquierda de otro
pensamiento.
¿Y
no son acaso muy reales para
nosotros?
Si
decimos que la realidad que existe en el mundo tridimensional, en el mundo exterior, es la única realidad,
entonces preciso es que nuestros pensamientos y sentimientos, que están en
nuestro mundo interior, sean
irreales.
Nuestra
vida interior, o sea nosotros mismos,
no tiene ubicación alguna en el espacio perceptible por medio de los sentidos.
Pero
aun cuando el pensamiento, el sentimiento y la imaginación no ocupan lugar alguno
en el espacio, podemos pensar acerca de ellos como si tuviesen un lugar en
alguna otra clase de espacio.
Un
pensamiento sigue a otro en el tiempo que pasa.
Un
sentimiento dura cierto tiempo y luego desaparece.
Si
pensáramos acerca del tiempo como de una cuarta dimensión, o como una dimensión
superior del espacio, nuestra vida interior nos parecería entonces relacionada
a este espacio 'superior' o mundo con un mayor número de dimensiones que las
accesibles a nuestros sentidos.
Si
concebimos un mundo de dimensiones superiores, podemos también considerar que
no vivimos propiamente en el de sólo tres que tocamos y vemos, y en el que
conocemos a otras personas, sino que tenemos un contacto más íntimo con una
forma de existencia más dimensional y que comienza con el tiempo.
Pero
antes de abordar el tema de las dimensiones, consideremos el mundo de las apariencias, o sea aquél que nos
muestran los sentidos.
Hagamos
algunas reflexiones acerca de dos maneras de pensar, una que parte del aspecto
visible de las cosas, y otra que parte del aspecto 'invisible'.
Todo
cuanto vemos cae sobre la
retina del ojo, al revés, como en una cámara fotográfica.
Nuestra
imagen del mundo, refractada, a través del lente del ojo, cae sobre la
superficie de la retina donde la recibe un gran número de terminales nerviosos
o puntos sensibles.
El
cuadro es bi-dimensional, como los que vemos en el telón del cine, al revés, y
se distribuye sobre muchos y separados puntos de registro.
Sin
embargo, para nosotros, este cuadro queda transformado en aquel suave y sólido
mundo que vemos.
Viendo
cuadros he imaginado sólidos.
Del
espacio de dos dimensiones, según lo llamamos, he producido espacio de tres
dimensiones'. (W. K. Clifford: Conferencias
y Ensayos. Conf: 'Filosofía de las Ciencias Puras').
El
mundo exterior nos parece algo allegado a nosotros, pero no como si
estuviésemos en contacto con el, sino como si estuviéramos en el.
No
advertimos que estamos en contacto con el mundo exterior por medio de los
órganos de nuestros sentidos ubicados sobre toda la superficie de la carne.
No
tenemos la impresión de estar mirando
hacia el mundo a través de aquella maquinaria viva que son los nervios de
nuestros ojos.
Nos
parece que el mundo está ahí, y que nosotros estamos en medio de el.
Tampoco
nos parece que el mundo es una cantidad de impresiones separadas que nos llegan
a través de los diversos sentidos y que se combinan, en un compuesto total,
por la acción de la mente.
Sin
embargo, bien sabemos que si no tuviésemos ojos ni oídos, no podríamos ver ni
oír nada.
Ejemplo,
una rosa:
Las
sensaciones simultáneas que penetran a través de los diferentes sentidos, una
vez combinadas en la mente, nos dan la apariencia y las cualidades de una rosa.
Y
todas estas impresiones separadas son las que efectivamente crean la rosa —para nosotros.
Pero
es prácticamente imposible darse cuenta del asunto en esta forma.
Para
nosotros, la rosa sencillamente, está ahí.
Cuando
nos detenemos a considerar que la imagen del mundo que cae sobre la retina es
bidimensional, y que tal imagen del mundo bibimensional es la fuente del contacto
con la escena exterior, no nos es difícil comprender que Kant llegase a la
conclusión de que el mundo físico lo crea
la mente, y que establezca las leyes de la naturaleza debido a ciertas
disposiciones que le son innatas y que ordenan el influjo de las impresiones
externas, creando un sistema organizado.
Los
sentidos únicamente nos proporcionan mensajes.
Con
los sentidos creamos el mundo visible, audible y tangible, mediante alguna
acción interna de la mente, mediante algo que, en si, es algo más que los
mensajes.
DESPRENDERNOS………
Pero
es sumamente difícil persuadirse de que esto sea así, pues, para poder hacerlo,
tendríamos que DESPRENDERNOS de la abrumadora impresión inmediata de una realidad externa en la que estamos
invariablemente sumidos.
Este
esfuerzo es de la misma naturaleza peculiar que aquél que se precisa para
darse cuenta de la propia invisibilidad de los demás.
Estamos
sumidos en apariencias.
Este
es uno de los significados tras la idea de Maya del pensamiento filosófico de la India.
No
estamos separados de lo externo porque lo damos como hecho real.
Estamos
entremezclados con el a través de los sentidos, y sobre este hecho se moldea
nuestro pensamiento, o sea sobre los sentidos.
Y
aquí tenemos dos ideas: la primera es que en nuestras formas de pensamiento
vamos en pos de aquello que los sentidos nos muestran acerca del mundo; la segunda,
que tomamos lo externo como una realidad en sí misma y no como algo que tiene
una conexión con la naturaleza de nuestros sentidos.
Maurice
Nicoll
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