EL AHORA
Por:
Maurice Nicoll
En todos
los problemas conectados con el espacio superior se hace necesario pensar en dos
sentidos, tener un pensamiento doble
En la
espiral de nuestras vidas podemos girar incesantemente en un círculo, en la
recurrencia.
Todo
cuanto es posible, todo cuanto es potencia, permanecerá sin cumplirse.
Existe
pero no existe —para nosotros.
Existe
el ya ser de todas las cosas en
el espacio superior, y la falta
de un cumplimiento individual de este ya-ser en uno mismo.
Ahí está
el camino, pero nosotros no lo recorremos necesariamente, sino que nos ponemos
a dar vueltas y vueltas en torno al mismo punto, sin poder huir del círculo de
nuestras asociaciones y reacciones habituales.
Bajo
nosotros, yace lo que ya somos, lo que ya hemos hecho antes.
Bajo
nosotros, tras de nosotros, yace la rendición pasiva a las cosas, la inercia
del pasado, los hábitos de los años, y la mente pasiva y sensual —la mente de
los sentidos— con su creencia única en las apariencias y en el tiempo que pasa.
Y así
nos hallamos entre dos fuerzas opuestas en cualquier punto de nuestra vida, la fuerza
de lo cumplido y la fuerza de lo no cumplido, lo que somos y lo que hemos sido,
y lo que aún podemos ser está ahí, ya
es, como un sentimiento de descontento, falto de plenitud.
Yace a
lo largo de un camino no hollado y que tan sólo la mente activa puede encontrar.
Y
siempre encontramos que hay un problema oculto en el centro mismo del corazón
del hombre, un problema capaz de tantas interpretaciones y formulaciones
inadecuadas.
Visto
desde un ángulo, a fin de poder seguir adelante, el hombre ha de sobreponerse a
la interpretación sensual de la vida que alimenta la mente pasiva y que pesa
el pasado en demasía.
El
hombre puede únicamente relacionarse a las nuevas fuerzas que provienen de
aquello que aún no ha cumplido, viendo las cosas diferentemente, allegándose a las
ideas que tienen un poder transformador y que únicamente pueden comprobarse por
medio de la propia experiencia, y nunca por las pruebas externas, por una apelación
al mundo exterior de los sentidos.
Desde este punto de vista, el mundo
en que realmente vivimos no es el mundo fenoménico, sino el mundo psicológico,
en el que hay un pasado psicológico
y un futuro psicológico.
Acá el tiempo pasa a ser
psicología.
Tenemos
aquello que yace atrás o por debajo de nosotros, y aquello que yace ante o por
encima de nosotros, psicológicamente.
Lo que yace por encima de nosotros
no se encuentra en el futuro del tiempo que pasa.
La mera
extensión de los días no nos lo traerá porque podemos permanecer, psicológicamente, en la misma parte
del mundo psicológico para el resto de nuestras vidas si es que continuamos
siempre pensando de la misma manera y obrando con la misma complacencia.
Entonces
el tiempo pasará, pero psicológicamente, nosotros permaneceremos estacionarios girando siempre en el
mismo círculo del espacio interior con debilitante placer.
Nuestro
verdadero futuro yace en nuestro propio crecimiento interior, y este futuro
puede estar solamente en lo que ya es, tal como el Polo Norte ya es lo que es,
y forma parte de la existencia de alguna persona, pero que, para mí, permanece
como una posible experiencia en el ya
ser del espacio conocido.
Pero si
únicamente pienso en el mundo que registran mis sentidos, y confundo el
crecimiento con el paso del tiempo, jamás podré entender en qué dirección yace
mi propio y posible crecimiento interior.
Siempre
lo veré fuera de mí, en la actividad externa y en la dirección del 'mañana'.
Y para
mí permanecerá siempre incomprensible la idea de que no estoy siempre y necesariamente en
alguna parte del espacio visible, sino también, siempre y necesariamente, en
alguna parte del espacio invisible.
¿Pero es
que no nos hallamos siempre en dos
lugares: en el espacio tri-dimensional y conocido, y en el espacio interior, en
el mundo 'material' y en el mundo 'espiritual'?
Ahora
estoy aquí, en esta calle, en
esta casa, en este momento; también estoy aquí (en el mundo psicológico) en este estado, en este modo en esta
reacción, en este sentimiento; y en este
punto también estoy en la espiral de las vidas, en el océano de la
existencia.
Si me
diese plena cuenta de esto, me daría plena cuenta de que lo que hago ahora es lo único importante.
Pues al
darse cuenta de estos dos aquí juntos
es darse cuenta de algo del ahora
en el que se detiene el tiempo.
Y si
puedo comenzar a lograr el ahora
una vez, me daré cuenta de que cada experiencia de él penetra y recuerda todas
las demás experiencias de una manera que nada tiene que ver con la secuencia o
las fechas del tiempo que pasa.
Pues
todos los momentos de comprensión yacen estrechamente juntos.
Al darme
cuenta del ahora, percibo algo
que no se muda, algo que es, a la vez, un espectador de mí mismo y que es,
verdaderamente, yo mismo en relación al cual todas mis angustias temporales y
todos mis problemas se achican.
Solamente
entonces podré decir aquellas palabras tan difícil de decir correctamente, y
que siempre se utilizan de un modo tan errado:
'nada
tiene importancia'.
Pues
entonces significará que tiene importancia salvo este sentimiento de ¡ahora!
Y esto
se debe a que en presencia de los significados superiores, todos los significados
inferiores que llenan nuestra mente ordinaria hasta colmarla, se encogen hasta
llegar a su verdadera proporción y dejan de robarnos.
Pues en
la presencia de significados superiores nos vemos redimidos de todo lo pequeño,
trivial y absurdo; y a menos que hubiesen significados superiores, los hombres
no tendrían nada que hacer; no tendrían ni meta, ni propósito, ni dirección,
salvo aquella que proporcionan los sentidos externos.
Parte
del mundo total yace fuera de nosotros; el resto se encuentra dentro de
nosotros.
Ahí
donde termina el mundo visible, ahí comienza el hombre invisible.
Ahí
donde termina el mundo manifestado, que nos es común a todos como una experiencia sensorial inmediata, ahí
comienza el mundo inmanifestado, y comienza individualmente para cada cual.
Y en
aquel punto, en el hombre, donde se encuentran estos dos aspectos del mundo
total, es donde penetra el fenómeno del tiempo que pasa.
Los
grados superiores e invisibles del mundo están en nosotros; y fuera de
nosotros, en las experiencias que compartimos con los demás, están sus grados
inferiores y visibles.
Por
fuera tenemos la verdad exterior; por dentro, la verdad interior y entre ambas
hacen un todo, hacen el mundo.
Y como
verdad interior, en la suposición de que yo pueda experimentar cierto grado de
ella, la veo y obtengo su demostración dentro
de mí, individualmente.
No puedo
mostrarla ni demostrarla a los demás, sea lo que fuera que de ella yo
discierna en mi espíritu, pues está dentro,
como lo están el cielo y el infierno.
Únicamente
puedo advertir la evidencia, en literatura y otras formas, de que otros
pudieron a su vez discernir las mismas cosas.
Maurice
Nicoll
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