martes, 2 de junio de 2015

EL AHORA

EL AHORA
Por: Maurice Nicoll

En todos los problemas conectados con el espacio superior se hace necesario pensar en dos sentidos, tener un pensamiento doble

En la espiral de nuestras vidas podemos girar incesantemente en un círculo, en la recurrencia.

Todo cuanto es posible, todo cuanto es potencia, permanecerá sin cumplirse.

Existe pero no existe —para nosotros.

Existe el ya ser de todas las cosas en el espacio superior, y la falta de un cumplimiento individual de este ya-ser en uno mismo.

Ahí está el camino, pero nosotros no lo recorremos necesariamente, sino que nos ponemos a dar vueltas y vueltas en torno al mismo punto, sin poder huir del círculo de nuestras asociaciones y reacciones habituales.

Bajo nosotros, yace lo que ya somos, lo que ya hemos hecho antes.

Bajo nosotros, tras de nosotros, yace la rendición pasiva a las cosas, la inercia del pasado, los hábitos de los años, y la mente pasiva y sensual —la mente de los sentidos— con su creencia única en las apariencias y en el tiempo que pasa.

Y así nos hallamos entre dos fuerzas opuestas en cualquier punto de nuestra vida, la fuerza de lo cumplido y la fuerza de lo no cumplido, lo que somos y lo que hemos sido, y lo que aún podemos ser está ahí, ya es, como un sentimiento de descontento, falto de plenitud.

Yace a lo largo de un camino no hollado y que tan sólo la mente activa puede encontrar.

Y siempre encontramos que hay un problema oculto en el centro mismo del corazón del hombre, un problema capaz de tantas interpretaciones y formulaciones inadecuadas.

Visto desde un ángulo, a fin de poder seguir adelante, el hombre ha de sobreponerse a la inter­pretación sensual de la vida que alimenta la mente pasiva y que pesa el pasado en demasía.

El hombre puede únicamente relacionarse a las nue­vas fuerzas que provienen de aquello que aún no ha cumplido, viendo las cosas diferentemente, allegándose a las ideas que tienen un poder transformador y que únicamente pueden comprobarse por medio de la propia experiencia, y nunca por las pruebas externas, por una ape­lación al mundo exterior de los sentidos.

Desde este punto de vista, el mundo en que realmente vivimos no es el mundo fenoménico, sino el mundo psicológico, en el que hay un pasado psicológico y un futuro psicológico.

Acá el tiempo pasa a ser psicología.

Tenemos aquello que yace atrás o por debajo de nosotros, y aquello que yace ante o por encima de nosotros, psicológicamente.

Lo que yace por encima de nosotros no se encuentra en el futuro del tiempo que pasa.

La mera extensión de los días no nos lo traerá porque po­demos permanecer, psicológicamente, en la misma parte del mundo psi­cológico para el resto de nuestras vidas si es que continuamos siempre pensando de la misma manera y obrando con la misma complacencia.

Entonces el tiempo pasará, pero psicológicamente, nosotros permanece­remos estacionarios girando siempre en el mismo círculo del espacio interior con debilitante placer.

Nuestro verdadero futuro yace en nuestro propio crecimiento interior, y este futuro puede estar solamente en lo que ya es, tal como el Polo Norte ya es lo que es, y forma parte de la existencia de alguna persona, pero que, para mí, permanece como una posible ex­periencia en el ya ser del espacio conocido.

Pero si únicamente pienso en el mundo que registran mis sentidos, y confundo el crecimiento con el paso del tiempo, jamás podré entender en qué dirección yace mi propio y posible crecimiento interior.

Siempre lo veré fuera de mí, en la actividad externa y en la dirección del 'mañana'.

Y para mí permanecerá siempre incomprensible la idea de que no estoy siempre y necesariamente en alguna parte del espacio visible, sino también, siempre y necesariamente, en alguna parte del espacio invisible.

¿Pero es que no nos hallamos siem­pre en dos lugares: en el espacio tri-dimensional y conocido, y en el espacio interior, en el mundo 'material' y en el mundo 'espiritual'?

Ahora estoy aquí, en esta calle, en esta casa, en este momento; tam­bién estoy aquí (en el mundo psicológico) en este estado, en este modo en esta reacción, en este sentimiento; y en este punto también estoy en la espiral de las vidas, en el océano de la existencia.

Si me diese plena cuenta de esto, me daría plena cuenta de que lo que hago ahora es lo único importante.

Pues al darse cuenta de estos dos aquí juntos es darse cuenta de algo del ahora en el que se detiene el tiempo.

Y si puedo co­menzar a lograr el ahora una vez, me daré cuenta de que cada expe­riencia de él penetra y recuerda todas las demás experiencias de una manera que nada tiene que ver con la secuencia o las fechas del tiempo que pasa.

Pues todos los momentos de comprensión yacen estrechamente juntos.
        
Al darme cuenta del ahora, percibo algo que no se muda, algo que es, a la vez, un espectador de mí mismo y que es, verdaderamente, yo mismo en relación al cual todas mis angustias temporales y todos mis problemas se achican.

Solamente entonces podré decir aquellas palabras tan difícil de decir correctamente, y que siempre se utilizan de un modo tan errado:

'nada tiene importancia'.

Pues entonces signi­ficará que tiene importancia salvo este sentimiento de ¡ahora!

Y esto se debe a que en presencia de los significados superiores, todos los sig­nificados inferiores que llenan nuestra mente ordinaria hasta colmarla, se encogen hasta llegar a su verdadera proporción y dejan de robarnos.

Pues en la presencia de significados superiores nos vemos redimidos de todo lo pequeño, trivial y absurdo; y a menos que hubiesen significados superiores, los hombres no tendrían nada que hacer; no tendrían ni meta, ni propósito, ni dirección, salvo aquella que proporcionan los sen­tidos externos.

Parte del mundo total yace fuera de nosotros; el resto se encuen­tra dentro de nosotros.

Ahí donde termina el mundo visible, ahí comienza el hombre invisible.

Ahí donde termina el mundo manifestado, que nos es común a todos como una experiencia sensorial inmediata, ahí comienza el mundo inmanifestado, y comienza individualmente para cada cual.

Y en aquel punto, en el hombre, donde se encuentran estos dos aspectos del mundo total, es donde penetra el fenómeno del tiempo que pasa.

Los grados superiores e invisibles del mundo están en nosotros; y fuera de nosotros, en las experiencias que compartimos con los demás, están sus grados inferiores y visibles.

Por fuera tene­mos la verdad exterior; por dentro, la verdad interior y entre ambas hacen un todo, hacen el mundo.

Y como verdad interior, en la supo­sición de que yo pueda experimentar cierto grado de ella, la veo y ob­tengo su demostración dentro de mí, individualmente.

No puedo mos­trarla ni demostrarla a los demás, sea lo que fuera que de ella yo discierna en mi espíritu, pues está dentro, como lo están el cielo y el in­fierno.

Únicamente puedo advertir la evidencia, en literatura y otras formas, de que otros pudieron a su vez discernir las mismas cosas.

Maurice Nicoll



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