lunes, 1 de junio de 2015

UNA CIENCIA SUPERIOR


UNA CIENCIA SUPERIOR
Por: Maurice Nicoll

Si es que existe una realidad superior en uno mismo, preciso es que haya una ciencia que corresponda a dicha realidad, una ciencia superior a cualquiera que conozcamos, una ciencia que en si comprenda todas las formas del conocimiento, aquellas que corresponden a la filosofía, al arte, y a las ciencias.

Y si tenemos presente que existe una ciencia superior del hombre podemos darnos cuenta de qué observaciones como las siguientes pueden tener su lugar en esta ciencia superior.

Boehme dijo que podíamos entrar en contacto con una nueva realidad de nuestro ser y percibirlo todo en una nueva relación siempre que 'logremos aquietar los pensamientos que tenemos acerca de nosotros mismos, y la propia voluntad, y detener la rueda de la imaginación y de los sentidos'.

Estas son indicaciones psicológicas sencillas.

¿Pero psicológicas en qué sentido?

Por cierto que no lo son en el sentido en que actualmente entendemos la 'psicología'.

¿Pues qué significado pueda ella tener para nosotros si es que negamos la posibilidad de un cambio cualitativo en el hombre?

Si es que no existe una realidad superior, ninguna de estas indicaciones tiene sentido, ninguna de ellas tiene un significado psicológico.

Y si para tener una realidad superior de sí mismo es preciso que el centro de gravedad, del propio ser esté en uno mismo, el cambio cualitativo del ser será un imposible en tanto que permanezcamos volcados únicamente hacia fuera.

El centro de gravedad de sí mismo no debe yacer fuera de uno en virtud de la acción del amor propio y de los sentidos.

No debe estar fuera en este extraño mundo que no podemos alcanzar directamente sino que ha de estar dentro, en esa invisibilidad que es el comienzo de uno mismo y que puede devenir algo, y a través del cual podemos llegar al 'prójimo'.

Para que esto suceda es necesario un cambio cualitativo del punto de vista, y una voluntad que parta de la convicción de que hay algo más que nos es esencial.

Pues solamente podemos comenzar partiendo DE NUESTRA PROPIA DISPOSICIÓN y de nuestra propia convicción.

Mientras sigamos pensando que el mundo que nos muestran los sentidos contiene todo cuanto precisamos y que es el dueño de la llave de nuestra felicidad, tendremos que ir por un camino errado.

Para comenzar, hemos de sobreponemos a ese grado de materialismo, a ese grado de comprensión sensual; a la vez, debemos también sobreponemos al efecto de todo aquello que le produce tan complaciente comodidad al hombre sensual que vive en nosotros, como, por ejemplo, ocurre en la condición de solidaridad exterior de cualquier movimiento religioso o político, o en el crecimiento de su forma externa y organizada.

Hemos de comprender que no podemos descansar sobre prueba alguna como aquellas que busca y que acepta nuestra comprensión sensual.

La extraordinaria confusión que surge cuando confundimos la verdad de las ideas con la verdad de los sentidos, es algo que tiene que desaparecer.

No podemos continuar diciendo que creeremos, siempre y cuando tengamos pruebas', o que no podemos creer 'porque no tenemos ninguna prueba’.

La comprensión del hombre no se puede detener en aquel punto donde no se pueden probar las cosas satisfactoriamente y donde no pueden probárselas a todos.

Tenemos una comprensión que está por encima del terreno sensorial, y experiencias muy distintas a las sensoriales.

La fe y la creencia pertenecen a órdenes de comprensión bastante distintos de la compresión sensual y de las pruebas sensoriales.

La gran barrera inicial de todo estriba en nuestra inhabilidad para distinguir entre la verdad de las ideas y la verdad de los sentidos.

Esta es la confusión de dos órdenes: del que corresponde al hombre interior y de lo que corresponde al hombre exterior.

Hasta que no se haya salvado este obstáculo, la vida interna permanece estéril, porque no puede recibir ningún alimento.

Aun cuando el hombre lea y oiga hablar acerca de la verdad que pertenece a las ideas, se aleja de ellas diciendo: 'nadie sabe nada, verdaderamente', o bien: 'no se puede probar'.

Sin embargo, aquel aspecto de nosotros que se vuelca hacia fuera tiene primero que tomarle el sabor completo a la vida pensando que la solución de todo yace fuera.

Tiene que salir hacia la vida y hacia la experiencia como hijo pródigo, probando todas las copas, evitando, si es que es capaz de hacerlo, 'la copa de la amargura'.

Como hijos pródigos tenemos que alejarnos más y más de la fuente, hasta que tarde o temprano despierten en nosotros vislumbres fugaces de que el acceso directo a la vida externa no podrá darnos lo que estamos buscando.

El hombre piensa que el mundo exterior es el más familiar, el más fácil, el que más le satisface, el que es más real y el que más fácilmente alcanza uno.

¿Pero no viene a ser, a la larga, el más extraño, el más incomprensible y el menos satisfactorio?

¿Puede alguno de vosotros comprender directamente, o poseer, o alcanzar aun el más simple de los objetos que yacen en el mundo exterior?

Si es que ya sabéis algo acerca de vuestra propia invisibilidad por cierto que no podréis hacerlo.

Karl Barth dice: 'Los hombres sufren porque llevando en sí mismos un mundo invisible, se encuentran que este mundo inobservable está frente a este otro mundo tangible, extraño, externo, desesperadamente visible, dislocado, cuyos fragmentos se dan empellones, y que, sin embargo, es poderosamente fuerte, extrañamente amenazador y hostil'. (Comentario sobre Romanos).

En verdad nos hallamos en un mundo tan desesperadamente extraño, en una tierra tan desconocida, que bien podemos preguntarnos cómo ha sido posible que creyésemos haber estado evolucionando mecánicamente a través de millones de años tan sólo a fin de estar directamente en él, y ser directamente de él.

Maurice Nicoll


No hay comentarios:

Publicar un comentario