UNA CIENCIA SUPERIOR
Por: Maurice Nicoll
Por: Maurice Nicoll
Si es que existe una
realidad superior en uno mismo, preciso es que haya una ciencia que corresponda
a dicha realidad, una ciencia superior a cualquiera que conozcamos, una ciencia
que en si comprenda todas las formas del conocimiento, aquellas que corresponden
a la filosofía, al arte, y a las ciencias.
Y si tenemos presente
que existe una ciencia superior del hombre podemos darnos cuenta de qué
observaciones como las siguientes pueden tener su lugar en esta ciencia
superior.
Boehme dijo que
podíamos entrar en contacto con una nueva realidad de nuestro ser y percibirlo
todo en una nueva relación siempre que 'logremos aquietar los pensamientos que
tenemos acerca de nosotros mismos, y la propia voluntad, y detener la rueda de
la imaginación y de los sentidos'.
Estas son
indicaciones psicológicas sencillas.
¿Pero psicológicas en
qué sentido?
Por cierto que no lo
son en el sentido en que actualmente entendemos la 'psicología'.
¿Pues qué significado
pueda ella tener para nosotros si es que negamos la posibilidad de un cambio
cualitativo en el hombre?
Si es que no existe
una realidad superior, ninguna de estas indicaciones tiene sentido, ninguna de
ellas tiene un significado psicológico.
Y si para tener una
realidad superior de sí mismo es preciso que el centro de gravedad, del propio
ser esté en uno mismo, el cambio cualitativo del ser será un imposible en tanto
que permanezcamos volcados únicamente hacia fuera.
El centro de gravedad
de sí mismo no debe yacer fuera de uno en virtud de la acción del amor propio y
de los sentidos.
No debe estar fuera
en este extraño mundo que no podemos alcanzar directamente sino que ha de estar
dentro, en esa invisibilidad que es el comienzo de uno mismo y que puede
devenir algo, y a través del cual podemos llegar al 'prójimo'.
Para que esto suceda
es necesario un cambio cualitativo del punto de vista, y una voluntad que parta
de la convicción de que hay algo más que nos es esencial.
Pues solamente
podemos comenzar partiendo DE NUESTRA PROPIA DISPOSICIÓN y de nuestra propia
convicción.
Mientras sigamos
pensando que el mundo que nos muestran los sentidos contiene todo cuanto
precisamos y que es el dueño de la llave de nuestra felicidad, tendremos que ir
por un camino errado.
Para comenzar, hemos
de sobreponemos a ese grado de materialismo, a ese grado de comprensión
sensual; a la vez, debemos también sobreponemos al efecto de todo aquello que
le produce tan complaciente comodidad al hombre sensual que vive en nosotros,
como, por ejemplo, ocurre en la condición de solidaridad exterior de cualquier
movimiento religioso o político, o en el crecimiento de su forma externa y
organizada.
Hemos de comprender
que no podemos descansar sobre prueba alguna como aquellas que busca y que
acepta nuestra comprensión sensual.
La extraordinaria
confusión que surge cuando confundimos la verdad de las ideas con la verdad de
los sentidos, es algo que tiene que desaparecer.
No podemos continuar
diciendo que creeremos, siempre y cuando tengamos pruebas', o que no podemos
creer 'porque no tenemos ninguna prueba’.
La comprensión del
hombre no se puede detener en aquel punto donde no se pueden probar las cosas
satisfactoriamente y donde no pueden probárselas a todos.
Tenemos una
comprensión que está por encima del terreno sensorial, y experiencias muy
distintas a las sensoriales.
La fe y la creencia
pertenecen a órdenes de comprensión bastante distintos de la compresión sensual
y de las pruebas sensoriales.
La gran barrera
inicial de todo estriba en nuestra inhabilidad para distinguir entre la verdad
de las ideas y la verdad de los sentidos.
Esta es la confusión
de dos órdenes: del que corresponde al hombre interior y de lo que corresponde
al hombre exterior.
Hasta que no se haya
salvado este obstáculo, la vida interna permanece estéril, porque no puede
recibir ningún alimento.
Aun cuando el hombre
lea y oiga hablar acerca de la verdad que pertenece a las ideas, se aleja de
ellas diciendo: 'nadie sabe nada, verdaderamente', o bien: 'no se puede
probar'.
Sin embargo, aquel
aspecto de nosotros que se vuelca hacia fuera tiene primero que tomarle el
sabor completo a la vida pensando que la solución de todo yace fuera.
Tiene que salir hacia
la vida y hacia la experiencia como hijo pródigo, probando todas las copas,
evitando, si es que es capaz de hacerlo, 'la copa de la amargura'.
Como hijos pródigos
tenemos que alejarnos más y más de la fuente, hasta que tarde o temprano
despierten en nosotros vislumbres fugaces de que el acceso directo a la vida
externa no podrá darnos lo que estamos buscando.
El hombre piensa que
el mundo exterior es el más familiar, el más fácil, el que más le satisface, el
que es más real y el que más fácilmente alcanza uno.
¿Pero no viene a ser,
a la larga, el más extraño, el más incomprensible y el menos satisfactorio?
¿Puede alguno de
vosotros comprender directamente, o poseer, o alcanzar aun el más simple de los
objetos que yacen en el mundo exterior?
Si es que ya sabéis
algo acerca de vuestra propia invisibilidad por cierto que no podréis hacerlo.
Karl Barth dice: 'Los
hombres sufren porque llevando en sí mismos un mundo invisible, se encuentran
que este mundo inobservable está frente a este otro mundo tangible, extraño,
externo, desesperadamente visible, dislocado, cuyos fragmentos se dan
empellones, y que, sin embargo, es poderosamente fuerte, extrañamente
amenazador y hostil'. (Comentario sobre Romanos).
En verdad nos
hallamos en un mundo tan desesperadamente extraño, en una tierra tan
desconocida, que bien podemos preguntarnos cómo ha sido posible que creyésemos
haber estado evolucionando mecánicamente a través de millones de años tan sólo
a fin de estar directamente en él, y ser directamente de él.
Maurice Nicoll
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